miércoles, 30 de marzo de 2016

Anna Benitez del Canto, vive en la poesía y tiene domicilio en Barcelona.

Participé en el recital internacional “100 mil poetas por el cambio” del 2015. Sus organizadoras Anna y Yolanda son dos escritoras dinámicas, entusiastas, que dieron al evento un matiz amistoso, informal y, al mismo tiempo, muy organizado.
Conversamos de proyectos futuros con Anna y su reacción fue: - “lo hablamos con más tiempo, desde ya, me anoto hasta en un bombardeo”. Esta nota es lo primero que haremos juntas, pero no lo último. Al menos, así es mi intención.
Esa noche Anna, como todos los que estábamos para colaborar, leyó sus escritos, unos preciosos aforismos poéticos. Me di cuenta, a medida que los escuchaba, que caían sobre mi ánimo como una lluvia fresca en verano o sonaban como una campanilla en mi bosque de sentimientos, dejando entrar la luz…
Hace poco leí y disfruté “En DOS VERSOS”. Anna toma cada línea, cada palabra muy en serio, le infunde su vivencia y, sea cual fuere, siempre es
comprometida, profunda, concentrada luego, en una pirueta literaria, nos marca a fuego señalando nuestra propia emoción. Es una suerte que dosifique sus flechas poéticas:

“No importa lo que creas y no importa lo que piense,
es de noche y nos quedamos sin estrellas.

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La mayor distancia entre dos personas
es el silencio.

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Entre el alma y la palabra no hay testigos,
ni siquiera la razón que los sustenta.

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Los cajones del tiempo
se desbordan de momentos caducados.

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El eco
no devuelve caricias.

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Vacío cajones.
Busco espacio para días nuevos.

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En mi vieja libreta se acabó el cuento.
El príncipe volvió a croar.”

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Hoy terminé “Borrando huellas” con poesías acertadas, honestas, donde su alma brilla con esplendor, donde la espera, la desazón, la tristeza y la pasión, entre otras, arruga las páginas de un pequeño gran libro.
No saldremos incólumes después de leer lo que Anna Benítez del Canto nos tiene reservado, lo advierto.

Pero ahorro palabras porque los prólogos de sus libros son bien explícitos. Aquí les dejo un ejemplo de esta escritura original y sutil.

Horas
                     disfrazadas de días,
esperan nada
                           que las convierta en todo.

Anna dice que no le gusta hablar de sí misma, ante mi insistencia nos cuenta lo siguiente:

“Empecé a escribir de niña, lo que más me gustaba del cole era leer y hacer redacciones. Sobre los ocho años, contaba cuentos a mis hermanas pequeñas cada noche, pero con el tiempo, los sabían todos. Se me ocurrió versionarlos y sin darme cuenta, empecé a crear mis propios cuentos. Sobre los nueve años, empecé a escribirlos para no olvidarme. Con doce años, me regalaron una máquina de escribir; al usarla, soñaba que sería escritora y publicarían mis pequeñas historias. Me imaginaba en una casa en un acantilado, escribiendo frente al mar. Es curioso, aún recuerdo el lugar como si hubiese vivido allí. Esas cosas de la infancia que dejan huella.
A medida que crecía, las historias cambiaban; impresiones sociales, vivencias, anhelos, tan personales, que dejé de compartirlo. No he dejado de escribir en todos estos años, a temporadas mucho, otras en menor medida y siempre en función de lo que me permitía el tiempo y el entorno.
Intenté escribir mi primera novela a los dieciséis, no logré terminarla. Los estudios, las hormonas y el jaleo normal de una familia numerosa, además de las muchas ideas que pasaban por mi mente y cazaba para no perder. Entonces todo tenía su importancia, al leerlo con los años, era insignificante, aunque no todo.
Seguí con los relatos de varios tamaños, temas y estilos. Nunca los leyó nadie. Con veintiséis años, escribí mi primera novela completa. Era policíaca, es un género que me apasiona y del que he leído siempre mucho. Con treinta y nueve escribí la segunda, en la misma línea. En esos años, volví a escribir cuentos para mis hijos, más elaborados y extensos. Algunos fantásticos, otros no, pero todos iban destinados a enseñar algo a mis pequeños.
Reuní tanto material, que no podría ni aproximar una cifra.
En el 2003, un incendio en casa, lo destruyó todo; solo he reescrito una mínima parte hasta ahora.”

                                                         Anna
 
Algunos de los 100 Mil poetas
BIOGRAFIA CORTA de
                     ANNA BENÍTEZ DEL CANTO

Escritora colegiada en la ACEC y miembro de la Asociación literaria El Laberinto de Ariadna.
Aunque por el momento todas sus publicaciones son poéticas, ha escrito cuento infantil, relato y novela.
En 2012 escribió la obra teatral “Lágrimas en la arena”, que fue puesta en escena y representada por la propia Anna Benítez entre junio y diciembre del mismo año.
Organizadora y presentadora de ciclos literarios tales como: Badasia, el recital internacional 100 mil poetas por el cambio, el recital benéfico internacional Verso ¿qué traes? Esperanza, así como eventos puntuales en diferentes lugares.
Como poeta y rapsoda, participa en recitales sociales, benéficos y artísticos.
Sus libros publicados son: Desnudando sentimientos (2011), Once horas en mi piel (2012) y Borrando huellas (2013), también en formato audiolibro.
Sus poemas están en antologías de El Laberinto de Ariadna, Poesía en acción, Vilapoética y Amanecer literario.
Su lugar en la red es: http//annamilos.blogspot.com.es/
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De “La palabra es mágica” 
blog de Ricardo Fernández Esteban, 
extraigo:
Tengo la suerte de tener un pequeño poemario artesano Once horas en mi piel que escribió, editó, imprimió y encuadernó Anna para el día de Sant Jordi de 2013. Os copio uno de sus poemas:



La mano que apretaba
no era fuerte,
era dura
y acariciando mi piel
me rompió el alma.

Anna Benítez del Canto
9/4/13 14:01
Publicado por Ricardo Fernández
                        

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PRÓLOGOS:
EN DOS VERSOS, TODO UN MUNDO
Anna Benítez escribe como respira (inspiración, espiración), porque de no hacerlo, le iría la vida, ya que es un proceso biológico imprescindible. Y como la respiración, la poesía le surge de una forma natural y espontánea, porque sabe ver, oler y sentir cosas que los demás mortales no perciben.
Anna nunca fuerza sus composiciones, que rebullen en sus entrañas y ella, amorosa, va sacando y componiendo poemas en sus cuartillas, también, como latidos: sístole, diástole; otro proceso vital... Y esos latidos, sintonizan con los latidos de más corazones como el suyo, que se van acoplando de una forma sencilla y auténtica, porque Anna es así: auténtica y sencilla. Por este motivo es tan fácil quererla.
Además, está alejada de la de poesía pretenciosa que todo lo basa en la forma. Esa poesía, tan de moda hoy, que ocupa los anaqueles, las editoriales y los premios; son heptasílabos, endecasílabos..., poemas blancos que no dicen nada, son precisos, pero pocas veces preciosos. Y que, un día, se los llevará la historia, como el viento de este otoño se lleva las hojas caducas de los árboles de nuestros parques enamorados.
Porque estos academicistas olvidan con demasiada frecuencia, que escribir es encontrarnos con nosotros mismos. Con nuestras dudas, con nuestros miedos, con el dolor... Así ocurre que un día te levantas y descubres que hay mañanas con colores distintos, que te conmueve un amor o un desamor que se fue con el tiempo, que hay sueños que te hacen llevadera la vida. Entonces lo entiendes, porque ha llegado la poesía para quedarse contigo. Como le llegó a Anna sin buscarla, porque la poesía, tan suya, llega a quien ella elije. Jamás hay que salir al camino a esperarla.
Personas así, poetas o poetisas, señalan el rumbo y nos nutren de emociones. Ella lo dice sin artificio: “Calla la voz / y aúlla el alma”. En dos versos, todo un mundo.
Felipe Sérvulo
Castelldefels, noviembre de 2014


                          Prólogo y unas palabras previas.

Antes de compartir con los lectores las impresiones que me ha causado la lectura de Borrando huellas, he creído necesario hacer un comentario previo sobre la evolución poética de su autora, Anna Benítez del Canto. Y ello porque cuando alguien se inicia en el camino de una actividad creativa, artística o literaria, los primeros pasos que da en esa dirección ya  suelen darnos ciertas pistas acerca de su posterior desarrollo. Sin embargo, toda especulación en ese sentido es aventurada, pues la ruta para encontrar un estilo propio - en el caso que nos ocupa, una voz – aparece normalmente llena de obstáculos de todo tipo. Vemos así cómo promesas que en un tiempo nos parecieron firmes acaban por desvanecerse, a veces incluso después de un breve fulgor, y cómo otras que empezaron vacilantes nos sorprenden con una obra llena de frescura y madurez. Cuando afirmamos que un hecho nos sorprende es, o porque no creíamos que llegara a suceder, o porque no esperáramos que lo hiciera en ese momento. Esto último le ha acontecido al prologuista con el libro que el lector tiene en sus manos y esa es la razón que merece estas reflexiones
Los primeros poemas de Anna Benítez que cayeron en mis manos, allá por el 2010, eran composiciones formalmente ligadas a la métrica y la rima clásicas, sobre todo al soneto y expresaban una temática mayoritariamente de carácter amatorio. Nada de ello es de extrañar, de hecho podemos encontrar estas características casi tópicas en todos aquellos que empiezan a escribir poesía en la adolescencia o primera juventud y andan por el mundo con la cabeza llena de poemas clásicos y el corazón rebosante de desamores prestos a ser exorcizados. Pero ocurre que Anna Benítez es una poeta tardía, que llega a ella tras un trayecto vital rico y extenso, lejos de una primera juventud. Uno podría pensar que por biografía le hubiera correspondido abordar una  variedad de temas y formas más rica, o que lo hiciera desde puntos de vista poéticos más elaborados. Sin embargo, si la primera condición para que un poema se tenga  en pié – condición necesaria pero no suficiente - es la autenticidad, nuestra
autora no podía empezar de otra manera, porque eso era lo que le hervía por dentro y lo que necesitaba expresar, tal vez porque no lo había hecho antes.
Decimos que el poeta suele iniciarse de esa manera, pero luego debe evolucionar hacia formas y temáticas que abandonen poco a poco la mera expansión sentimental, el lamento o la exaltación de la propia circunstancia, para llegar a convertirse en una voz que hable por todos nosotros. Dar, en definitiva, el paso de lo particular a lo universal. Si así lo hace, ese tiempo, esos años primeros adquieren valor de aprendizaje, de boceto de lo que será más adelante cuando en plena posesión de los recursos del idioma y de la técnica, pueda usarlos para traer a la luz una imagen de lo inefable y lo haga de manera que nuestra alma se identifique y vibre con ella.
Por tanto, esas primeras aproximaciones del versificador no nos dicen mucho sobre lo que vendrá después; salvo que estemos en presencia de un genio como fue Rimbaud y otros pocos como él, se necesita una maduración personal y literaria de años para decantarse hacia la verdadera alta poesía. O no. Lo más corriente, lo que dice mi experiencia, es que en la mayoría de los casos en un cierto punto del trayecto el movimiento se detiene, se estanca y no progresa más. ¿Cansancio, desistimiento, falta de talento o de auto exigencia? Éstas y muchas otras causas pueden aducirse para explicarlo, pero me gustará centrarme en la última de las que he mencionado: la auto exigencia.
Permitid que en este punto retome mi juicio sobre las composiciones que Anna Benítez me mostró no hace aún tres años: los sonetos eran formalmente perfectos, redondos, y los textos, bien construidos, se hacían leer con agrado. Resultaban sonoros al recitarlos en voz alta, tenían incluso cierto sentido dramático, teatral. Se notaba que bebían de buenas fuentes clásicas. Por el contrario, como ya he dicho, adolecían de variedad temática y resultaban excesivamente narrativos. La causa de esto último sin duda tiene su razón de ser; Anna Benítez es una consumada narradora y hasta hubiera sido extraño que en su reciente pasión por los versos, estos no se vieran “contaminados” por una destreza preexistente, que se filtraba por todos los poros de su obra. Si a ello le sumamos que sus primeras colecciones de poemas tuvieron un notable éxito entre un cierto colectivo de lectores, la tentación de permanecer en una zona de confort, de continuar haciendo aquello que se domina y es aplaudido, podía ser grande.

Aquí es donde entra en juego la auto exigencia; si uno se detiene en este lugar, lo primero que cabe es poner en duda cuáles son sus verdaderos propósitos al escribir poesía: ¿ dar el testimonio de la profunda verdad personal, “con dignidad y belleza” como dijo hace poco Leonard Cohen, o simplemente quedarse en el juego verbal estético? La respuesta la encontraremos en el siguiente movimiento del autor, en el nuevo paso que deja atrás lo ya dicho y se adentra en territorios no explorados, pero verdaderamente suyos, aún a riesgo de defraudar a aquellos que se sentían cómodos leyéndole, o no.
Y lo que observamos es que los textos poéticos de Anna Benítez fueron evolucionando en la dirección de una mayor profundidad conceptual, al mismo tiempo que rompía con las formas métricas anteriores y se instalaba en el verso libre, sin perder por ello el sentido del ritmo, bien instalado en su estilo después de haber dominado perfectamente aquéllas. Así, ha sido capaz de brindarnos éste libro que tengo, ahora sí, el honor de prologar:
                           
Borrando huellas.

El libro, dividido en tres capítulos, se inicia con el titulado “Descalza”. A través de los nueve poemas que componen esa parte, Anna Benítez se nos muestra cruzando el territorio de la pérdida. Con una sencillez aturdidora, en el primer poema fija sus terribles dimensiones; nada lo presagiaba, todo seguía aparentemente tranquilo, en su sitio:
Cuando se fue  
                   la niebla dormía en las ventanas.

Asumido el desastre, la autora ahonda en su magnitud y nos deja este terrible poema sobre la invisibilidad del otro que llega con el desamor:

Su mirada me atravesó                    
                                para ver detrás de mí.

Muestra su desvalimiento, al tiempo que sale en busca de una esperanza:
   ………………………………………..
          Vivo colgada de la saeta,
para alcanzar el minuto sesenta y uno
                        y encontrarla.

Poco a poco, la conciencia de este nuevo orden se ha hecho más diáfana, más clara y en el espíritu de la poeta se abre paso un propósito de renacimiento, de la búsqueda de una nueva guía:

He muerto por un tiempo
pero regresaré
                      con un candil en la mano.
      ………………………………….

Ese propósito, sin embargo queda teñido de irreversible desconfianza, de una desazón por lo que se ha entregado con toda inocencia y ha sido malversado:
      ………………………………………………
Hace tanto frío,
que no volveré desnuda.

“Escarbo” es el título de la segunda parte o capítulo del libro. El golpe imprevisto, la pérdida, ya han sido asimilados. La poeta se encuentra  sumida ahora en una incesante búsqueda interior que se vierte en varias direcciones; en una, palpa en la penumbra los contornos exteriores del nuevo lugar en el que le ha situado la vida:
        
Con frío,
                              Sin luz
                                        ni voz, ni esperanza.
                              ¿Dónde estoy?

         Y constata que ni siquiera puede llamar la atención del desconocido que cruce por él, puesto que, como nos recuerda en esta brillante metáfora de la incomunicación:
                  
                    No encuentro mi voz;
se quedaría en el teléfono
                                         hace unas noches.
        
         En otra dirección, registra sus pertenencias, hace inventario de las cartas que le quedan para poder jugar otra mano en el tapete de ese mundo disminuido por el que transita:

                            Llegó septiembre,
rebusco entre la ropa una chaqueta.
………………………………………..

         Y encuentra, como una irónica perla, un miedo que exhibe su victoria total al poseer su espíritu:

                            vanidoso
                                          llegó el miedo,
                            con mi alma en sus mano
                                                contando cicatrices     

         El miedo pues, ese miedo enraizado, podría ser el poso definitivo, el resumen o la conclusión de la búsqueda por la que nos conduce Anna Benítez a través de los diez poemas que componen el capítulo. Si así fuera, la rendición y la inmovilidad serían el corolario del proceso y ya no habría razón para seguir caminando y por tanto, contando.
        
         Sin embargo el libro no se detiene aquí, al contrario; en ese punto, tal vez el más bajo, perdido y remoto de su ánimo, la autora reemprende la vida. Y no lo hace con el paso decidido de quien camina por una ancha y llana carretera. No, para ir hacia adelante, Anna Benítez decide filtrarse por las rendijas, por los pequeños rincones que siempre quedan entre las piedras y el lodo después de los derrumbes. Se desliza por las “Oquedades”

         “Oquedades” es el título de la tercera y definitiva parte de “Borrando huellas”. Una parte que se nos antoja la más importante, pues en ella se resuelve el sentido del poemario. Partiendo de algún poema que nos recuerda el efecto de los impactos recibidos:

                   He trepado
           por un muro de mentiras,
                  dejándome las botas  en la piedra.

         La poeta pasa enseguida a revelarnos el secreto de su renacimiento, que parte del reconocimiento del valor de aquello que ha perdido, pero por ello mismo, vivido:
                   Nada velará la luz
                  de los momentos compartidos
                   ……………………………………..

Y es que para licuarse y moverse así por entre los intersticios de las piedras, Anna Benítez no se olvida del dolor, pero ya sí de los reproches y los porqués y decide atender a lo esencial y se diría que casi abandonar el mundo de lo material, por impenetrable. Por ello, en los quince poemas que integran esta última parte, la más extensa del libro – tal vez como cuantitativa demostración de la importancia que le concede Anna Benítez – abundan las referencias a la levedad vivencial de la poeta:

                   El vació me posee
                               y sólo soy el humo
                           que desprende el cigarrillo.

         Pero al mismo tiempo retrata el sentimiento de que tal vez sea esa misma levedad asumida y querida la que le permitirá llegar a otro estadio superior:
                  
                               Horas
disfrazadas de días,
                    esperan nada
                                      que las convierta
         en todo.

         Ha renacido la esperanza, una que no se prende de un espejismo, que no es mera voluntad surgida del reconocimiento de la verdad sucedida,  una que ha precisado que la poeta se desprendiese del resentimiento y sopesara el verdadero valor de lo perdido. Ahora, el día que vendrá será poseído plenamente, puesto que la poeta se ha enriquecido con el dolor a lo largo del  camino.

         Como una advertencia al resto de caminantes, nos deja en los últimos versos una advertencia del peligro corrido en este peregrinaje:

                   Borrando huellas
                                           me perdí en el tiempo.

        
         Así termina este libro de Anna Benítez, inesperado por temprano – apenas dos años y medio después de su primer poema. Un libro quizás preludio de otros que uno espera continúen en la misma senda y que ha sido confeccionado como pedía el maestro, con dignidad y belleza.
                                                                                 Josep Anton Soldevila.
                                                                                 Septiembre 2013.






martes, 22 de marzo de 2016

Cristina Angelica Bottini, contadora contable y de cuentos, Profesora de Historia, escritora

Conocí los escritos de la Bottini en el grupo: ESCRITORES, me llamó la atención la profundidad de sus reflexiones y lo audaz de sus conclusiones. Pero sobretodo, la calidad de su literatura… ella dice que no escribe, que habla… pues bien, su discurso es excelente.
Al tiempo de leer algunos de sus relatos cortos me vi sumergida en historias más largas, dadas a conocer por dosis, en entregas diarias. Supo despertar mi curiosidad y por varias ocasiones sorprenderme con las decisiones de los protagonistas o con el giro que tomaban las mismas.
Sus publicaciones son casi diarias y, ya nos tiene acostumbrados a sorpresas y a cambios de rumbos en los destinos de los participantes de sus relatos.
Su prosa es depurada, precisa, exquisita. Me impacta su forma de transmitir pasión como si estuviera leyendo en el diario de nuestras emociones. Realmente me regocijo en poder leer sus escritos inteligentes y sensibles. Por eso les comparto algunos de ellos y espero que no solamente los disfruten, sino que noten como sus vidas son transformadas por su pluma fértil convertida en varita mágica a la hora de tocar nuestros sentimientos.

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Los cuentos de C B

Los días como relojes de arena, el mundo como una interminable sucesión de días con sus noches, la noche...la noche como un profundo agujero del que salen paridos y mal paridos mis desvelos; ¿por qué no estás?, ¿por qué no estoy?  ¿Por qué lo lejos parece más lejos si el deseo se envuelve en ideas sin textura, aroma ni sabor? Te conozco, sí, pero conozco más mi ideal de ti que a ti mismo...
Me inventé un amor ideal partiendo de lo que eres y ya no hay besos ni caricias ni palabras ni nada, absolutamente nada, que se te compare, eres desde entonces la boca que realmente besa, las manos que saber saben tocar, la piel que arde cuando sabe que voy a encenderla, la mirada donde puedo verme; todo eso eres. Eres la calma, sobre todo eso eres al fin: la calma donde puedo detenerme ya y dejar de correr por alcanzar; un camino bordado de rosas que revientan al calor de esa interminable primavera que seremos, que somos en mí, y por el que vamos a cualquier lugar pero juntos, siempre juntos.
Me desvela una pregunta: ¿quiero yo sola o me quieres también...?; no importa cuánto digas que me quieres, de qué formas, con qué tonos de voz...yo siento que me quieres al fin, sí, lo siento, pero no es igual a los "te quiero" que me revientan dentro.
Un hombre solo vive en un eterno invierno, no lo olvides, yo quiero vivir mis primaveras del alma, pero contigo.

                                                                                               Cristina A. Bottini
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Léeme, escúchame

Ten piedad de mí, solo eso he de pedirte: piedad; soy un simple mortal al que ya no le caben más cicatrices en este pellejo. Deja de ir y venir como la marea, de arremeter contra mí y luego retirarte dejándome en esta inmensa playa sola conmigo, sola en mis dudas, viéndote partir...
Ven y habítame porque soy tu casa, tu refugio, ese lugar que viviste buscando hasta hoy y al que llegaste y con ese simple acto llenaste de luz; eran paredes oscuras antes de ti, solo paredes. Toda yo me he construido para albergarte cada uno de estos días, me he hecho a tu medida desde conocerte, soy otra, soy tuya.
¿Cómo es que no ves que te amo despojándome de mí para ser solo nosotros?, vivo preguntándome, ¿cómo quito de ti esas dudas si tocarte no puedo más que el alma y la piel es quien guarda los recuerdos...?; infinitas noches he pasado y paso maldiciendo esta suerte que es el tiempo y la distancia, maldigo al destino como si fuese un ser de carne y hueso y a la suerte misma como a una dama que me sigue siendo esquiva.
Ten piedad, veme a los ojos y encuentra en ellos las respuestas que buscas si las palabras ya no sirven, no pesan como entonces, nada dicen...Veme y dime que ya no me quieres, sé valiente por una vez, una sola vez, o confiesa que jamás sentiste un amor así y ya jamás podrás pensar a esto que llamas "vida" si no lo es conmigo, como lo hago yo: te vivo viviendo, respiro "nosotros". Dime, ¡dime!, por una vez y para siempre quiero escucharlo frente a frente pero ya no sufrir más tus dudas, solo eso pido: ten piedad de mí; ¡quiéreme o déjame pero dilo, maldita sea...!.
Te amo tanto...te odio tanto...
Cristina A. Bottini
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La mal amada
(Cuento perteneciente al libro "los cuentos de la Tienda de Abarrotes")

En estas tristes noches en que el recuerdo insiste en evocarte es cuando pesa estarme viva, cuando las voces del olvido no te llaman, ni te encuentro en los ojos que me miran desde el fondo del vaso con alcohol; no templan la orfandad del abandono los recuerdos más bonitos ,ni deja de quebrárseme la voz cuando te nombro : Frida. Y es que me arrancaste el alma en tu partida, de un tirón, como a un pellejo …y me quedó esta cáscara vacía que arrastro por el mundo en un lamento que no muere ,ni se mata ,ni revive; solo sufre una agonía. Nos hemos condenado, eso lo sé, condenado a esperar ese reencuentro, a estar unidas, a recuperar mi alma de entre tus manos, a escucharte nuevamente mi “llorona” y de amor llorar contigo.
En esta tristes noches en que el recuerdo insiste en evocarte, es cuando sé que el amor no tiene rostro, ni piel, ni sexo, que es lo que hace al alma y en ella vive, por eso me declaro penitente de tus recuerdos, condenada a estarme viva…en estas tristes noches.
                                                                                       Cristina A. Bottini

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¿Y nosotros qué somos?: ¿cómplices?, ¿amantes?, ¿amigos?; ¿somos lo que sobra o lo que falta en esta pequeña historia inconclusa de los sueños?. Todo el día me pregunto qué somos y me respondo: nada, todo...
Ando distraída de la vida desde que te conozco, desde que me desconozco soñándote despierta, pensándote dormida. Ando sin rumbo fijo como una cometa que se soltó del hilo y para la cual el cielo ha de ser desde entonces su imposible destino. Yo te quiero alcanzar como a esa estrella del norte que atrapo noche a noche metiéndola en mi puño y creo que la tengo solo por darme vuelta y dejar de ver su lejano infinito; más me llevo y la guardo su luz en mis retinas, y brilla más entonces cuando cierro los ojos y la creo siempre mía...mía, mía como la soledad de mi lado en la cama, mía como el resplandor de tus ojos esa vez que nos vimos, mía como la boca fresca que se guarda los besos que prometiste un día serían solo míos. Es mía, es solo mía. ¿Quién puede prohibirme ser dueña de un pedazo de cielo si es eso lo que quiero?, ¡del ocaso!, de los anaranjados tonos cuando muere la tarde herida de pasiones en la lucha de luces y de sombras que se da cada vez, cada día; quién de una estrella señalada con los dedos, quién de tu tierra caleña regada con las aguas de un Cauca embravecido. ¿Quién?, ¡nadie!; yo puedo ser la dueña de todo lo que acaso reclame como mío, y te reclamo a ti, sí, a ti como algo mío, porque late en mi pecho cada vez que te veo la sensación de vida: de haberme amanecido.
Cristina A. Bottini

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CRÍTICA

  El título de una página, “Tienda de abarrotes”, y una foto ya conocida por mí, en su portada de la película “La lección de piano”, fueron los primeros, pero no únicos, los motivos que me hicieron voltear hacia Cristina Angélica Bottini. Escritora irreverente, soez, cruda, pero sobre todo, objetiva, perspicaz, y contundente en cada uno de sus historias. Su ingenio no tiene límite. La sensibilidad emana en el momento preciso, como esa imagen infantil de “un niño observando el vuelo de una mariposa”; así, en cada uno de sus cuentos encontraremos siempre una mirada humana, piadosa, que nos dejará deambulando entre escenas crudas, violentas, tristes pero con luces de esperanza. Todo ello se conjuga para que el lector quede con la sensación de haber sido avasallado por múltiples sentimientos, sucediendo todos al mismo tiempo. Cada lector, después de leerla, sentirá que algo cambió en su interior, algo fue movido, removido o creado. En ello radica su talento.

En febrero del 2014, leí “Amores perros”, una frase me sigue hasta ahora: “¡jodido pulso que te caza el alma es el amor, puta miseria las ganas…!.”, esto es Cristina, sin decálogos por cumplir, sin dogmas ni estereotipos que la encasillen. Escribe como vive, imagina, sueña, siente.  Al sur de Buenos Aires, Coronel Pringles se encarga de nutrir el imaginario de esta pródiga escritora, y nosotros, responsables de leerla.

* Laura Ortíz, escritora, radica en Monterrey, Nuevo León, México.
Colabora para la Cadena Ciudadana de la Cultura en Monterrey, es miembro de Proyecto Cultural Sur, organización internacional encargada de promover la Cultura uniendo la diversidad y promotora cultural en su comunidad.
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Carta de presentación

  Yo quise ser un Kraken, esa es la verdad, quise ser un monstruo que llegase desde las profundidades del mar de las mentes que leyendo estuviesen mis escritos y, sin previo aviso, tomándolos por sorpresa, los envolviese entre sus tentáculos y en ese abrazo los sumergiese en mis mundos. Eso quise ser, eso intento. Pero yo no escribo: hablo; nada de lo que leen y comparto asiduamente en mi página es lo que ven. Cada punto, cada punto y coma, cada comilla, cada espacio, todo, en fin, todo lo que ven en realidad es mi voz urdiendo historias como quien teje los hilos que al final hacen al paño. Hablo. Hablo y la gente me escucha y me acompaña haciéndome saber lo que tales palabras despiertan en ellos y entonces escucho también y obro en consecuencia. Así nació mi voz en los mares virtuales en que ando.
 Uno no habla sino hasta que le enseñan, hasta entonces, hasta que puede balbucear aquella primer palabra y luego conectarla con otra y otra hasta formar una frase audible y con peso, es sólo un ser más conectado a este mundo por el cuerpo que habita y no así por medio de sus pensamientos. A mí me enseñó a hablar mi madre, eso recuerdo bien, fue quien me enseñó y luego me alentó a que dejase testimonio de mi paso por el mundo en que me muevo garabateando pensamientos sueltos que ella encontraba hermosos…siempre hermosos. Después de mi madre y ya más grande, la segunda mujer que alentó mi amor por la lectura fue aquella que me llenó las manos de libros, se llamaba Marta y era arqueóloga, ella me hizo conocer a Laura Esquivel, a Gabriel García Márquez, a Marguerite Yourcenar, a Borges, a Isabel Allende, a Gabriela Mistral y muchos otros mientras intentaba saciar mi hambre de libros; entre tanto conocí a mi cuñada Marcela Palombo, escritora y artista plástica (entre otras muchas cosas) con quien para entonces podía charlar de aquello que para ella ya era más que sabido debido a su gran sapiencia sobre libros en general; y más tarde, y por último en esta pequeña lista de mujeres que supieron ver a una “potencial oradora” (no olviden que no escribo: hablo), se encuentra quien fuera mi profesora de literatura y, como suelo decirle, el Víctor Frankenstein de esta historia.
Soledad Arena es quien me alienta a publicar mis pensamientos hechos cuentos cortos hace unos dos años y medio en los medios virtuales a los que accedí también por su insistencia, y me agrega al que fuera el primer grupo en que publicara y luego…luego ya es historia también: hago mi página Tienda de Abarrotes en la que comienzo a compartir aquellas cosas que me interesaban; fotos de Acción Poética Coronel Pringles, que es con quien salía a plasmar mensajes en las paredes de mi ciudad; post con frases, poesías de otros…Y más tarde, y creciendo aquellos que seguían mis escritos en los grupos a los que fui paulatinamente invitada por los mismos seguidores, acabe publicando en mi página estos pensamientos, y desde allí, distribuyéndolos en todos esos grupos día a día, noche a noche, tan espontáneos como los paría momentos antes de ser publicados.
Publicar así, casi sin pensar lo escrito ni darle forma, creo que es lo que ha sabido ganarse el reconocimiento de aquellos que me “siguen” diariamente. Esa fue la forma. Jamás pensé en desarrollar historias haciendo entregas diarias (como novelas en televisión) hasta concluirlas para, luego sí, convertir esas entregas compiladas en libros, no lo pensé pero la gente fue marcándome el camino hacia dónde ir, cómo hacer, y “los oí y me escuché”, ese fue el secreto que hizo que naciera al fin el Kraken: el misterio y la intriga con que supe y sé cómo atraparlos.
Cristina Angelica Bottini


Para mas datos:

 Nombre: Cristina Angélica
Apellido: Bottini
Nacionalidad: Argentina
Ciudad: Coronel Pringles
Provincia: Buenos Aires
Estudios cursados: Bachiller; Contabilidad
Estudios en curso: Profesorado de Historia
Hijos: uno, varón, adolescente
Estado civil: separada

Otros:

Publico mis escritos desde el año 2012, mi primer libro “Los cuentos de la Tienda de Abarrotes” que se halla actualmente publicado en Amazon.es y distribuido en formato papel por la empresa Create Space (perteneciente a Amazon.com), se trata de una compilación de los cuentos de mi página, y es publicado ese año. El siguiente año publico “Pastel de chocolate” en este mismo sitio y ya luego dejo de publicar allí para hacerlo en un blog propio en que subo mi siguiente libro, en 2015: “La compasión de una puta”. La segunda parte de esta historia que supo mantener a un público cautivo de más de 20000 personas pendientes noche a noche de la misma, y me costó el esfuerzo que más tarde volvería el recurso más importante de explotar en estos medios virtuales, se encuentra actualmente en desarrollo.
  Poseo publicaciones en cuatro blogs creados para tal fin, en un grupo que se llama UNIÓN HISPANOMUNDIAL DE ESCRITORES. UHE, y más de 16 grupos en los que interactúo.
He participado en concursos como Premio de Narrativa Francisco Ayala, “Premios 20 Blogs” (en el cual uno de mis tres blogs quedó entre los 100 primeros de más de 25000 blogs participantes) de la página de 20Minutos España; en Concurso Relatos Cortos Satse (España) y en otros en los que me encuentro participando actualmente. En la convocatoria que anualmente hace la Editorial Dunken para sacar el libro de antologías que conforman los cuentos elegidos, este año, en que participé por vez primera, uno de mis cuentos fue elegido y es parte de tal antología.
No tengo una participación realmente activa en concursos y demás porque no es lo que busco, no busco premios en sí sino que mis escritos lleguen a la gente y no así sean juzgados por quienes tienen como trabajo tal cosa. El fin de los mismos es “hacer contacto” por medio de la palabra y eso, de a pequeños pasos como quien aprende a caminar, es un reconocimiento que lentamente va llegando desde diferentes lugares del mundo de habla hispana.
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